domingo, 20 de junio de 2010

Para los que leyeron Rayuela. Y para ti, que no lo leíste.

Eres tan Horacio Oliveira. y yo, tan la Maga. Pura intuición. Puro Teatro. Puras ganas de que te quedes. Pero tan no lo harás así, que me termino yendo yo. Me termino tirando al río para cuidar de tu propia Pola, porque la de Oliveira se cuida sola. Me tiró al río para que me encuentres en tu Argentina, o en tu Uruguay, o en nuestro Perú. Para que mires como juego a la Rayuela. Como encuentro mi cielo, mi kibbutz... mi yo sin ti, pero contigo.
Y tu tan Oliveira, no irás con Pola ni con Gekrepten ni con Manú ni con Talita. Irás conmigo y te pondrás a jugar con tus piolines y tus palabras, y vas a buscar eso que tanto encontrabas. Eso que Oliveira veía en la Maga y aún así no se quedó. Y vas a odiar a Grogorovious, y vas a extrañar a Rocamadour. Pero no volverás a París. Emmanuèle y la Rue de Seine serán sólo un recuerdo, y el Club y Babs. Y vas a voltear la página y te encontrarás con los capítulos prescindibles, y vas a querer dar todo por poder volver a los imprescindibles, pero no harás nada. Mas que tal vez, encender otro cigarro con el pucho del que tienes en la boca. O quizá cruzar una pierna. O ahogarte en tu metafísica, que no es más que palabrería de pirata en recesión.

lunes, 24 de mayo de 2010

Afiches

Cuéntame otra vez esa historia que dijimos no tenía final, cuéntamela hasta que se nos acabe el tiempo. Enséñame tus manos que son iguales, pero que ya no me sostienen. Sácame del espejo, tómame como a tu igual. Junta los pedazos de lo que rompiste; porque en mi sueño eras valiente. Deja de esconderte y muéstrame las manos. Ya no vacías, sino con tu futuro en ellas. Embárcate en el viaje, pero dime si me llevarás. Háblame aunque no hagas ruido, explícame, entiéndeme, cánsame. Piérdete en el mar de mis cabellos una vez más. Haz que mi boca sea tu puerta. Invádeme, prende la luz del cuarto que ya me cansé de no verte. ¿Por qué hemos de ser moscas haciendo dibujos diferentes con nuestro vuelo? ¿No podemos tomar tu y yo el mismo vuelo al futuro? ¿Es qué no montamos el mismo corcel? Nunca vi dos mitades que no encajaran una en la otra...

Sueños Guajiros...

-Toc, toc
-¿Quién es?
-Amm, soy yo.
-¿Yo? ¿Quién eres?
-Soy yo, es que creo que deje algo en tu bolsillo.
-¿En mi bolsillo? ¿De qué hablas? Hace mucho tiempo que yo ya no tengo nada tuyo.
-Te equivocas, estoy segura de que lo deje ahí. Sólo que quizá no te has dado cuenta. ¿Me dejas pasar?
-No necesitas pasar, ahí estás bien, ¿qué es lo que dices que tengo en mi bolsillo?
-Prometiste cuidarlo hasta el final. Yo también quiero cuidar el tuyo, pero no me dejas siquiera pasar.
-¿De qué me estás hablando? No tengo todo el tiempo del mundo.
-Lo sé, yo tampoco y eso es lo que me preocupa, cada sesenta segundos que pasan es un minuto que jamás podremos recuperar, y quien quita y al final nos haga falta...
-Me parece que no estamos hablando de lo mismo
-Lugar común en nosotros. Y probablemente mi culpa, lo siento.
-¿Ya me dices que veniste a buscar? Aún no encuentro lo que se supone está en mi bolsillo. ¿Hace cuánto que está aquí?
-Lo suficiente, te lo di sin darme cuenta, creo. Supongo que fue hace tanto que por eso tampoco tu te acuerdas.
-Pero, ¿qué es? Venga no me dejes con la duda.
-No pues si no te quiero dejar con la duda, es cosa de que tu me lo des. Si me lo quieres dar, y si no, me encantaría que te lo quedarás por siempre.
-Bueno, mujer, ¿quién te entiende? ¿No qué venías por eso, muy decidida, y no sé qué tanto?
-Nunca estuve decidida, pero me acabo de dar cuenta que mejor cuidado no va a estar en ningún otro lugar.
-Ah, ya sé de que me hablas. Ven, pasa, abrázame, déjame verte bien. No, nadie va a cuidar mejor tu corazón que yo.

sábado, 1 de mayo de 2010

Y cuando me asome al espejo...

Karen. K a r e n. Pedacito de soledad. Pajarillo volando sobre el mar. Una calle larga que lleva a una casa con jardín. Taza de té. Último rayo de sol a la tarde. La primera melodía de la canción. La nota que sobresale al sonar sola y armoniza acompañada. La sensación de un domingo por la tarde. El sabor de lo favorito. El miedo a caer de la cama. Karen. 5 letras. Dos sonidos. Compás, anochecer lloviendo. Esperanza. Veinticuatro gerberas en un jardín de margaritas. Veinticuatro páginas escritas con tinta indeleble. Letras sueltas en un papel. Ideas al vuelo. La mitad del año. Temerosa de principios y finales. Una foto en un libro abierto donde uno puede ver una mujer enfundada en un vestido paseando en una avenida ancha y despejada. De mirada alegre y tímida. Silenciosa. Ruidosa. De fácil llanto, de risa un tanto más. Derretible como la mantequilla. Bonita de a ratos. Coloreable. Cascabel. Yo. Yo-yo.

Querido:

Pero el amor... el amor se espanta si lo escribes. Se vuelve alérgico a la tinta. Demasiado grande para un Sans Serif. Se escurre entre los renglones y deja un desagradable charco dulzón y pegajoso. Cuando se escribe, al amor se le viste con corsé apretado y asfixiante. Los caracteres lo acortan y lo vuelven redondo. Cuando el amor se escribe, se esconde al cambiar la página. Una declaración dicha a solas, en un cuarto escuro, entre el ruido de la gente. Pero, si no hay otra forma de decírtelo, si ya no me queda otro camino; deja que te escriba, querido...

lunes, 29 de junio de 2009

Invitaciones

-¿Me estás pidiendo que terminemos?- dijo él mientras clavaba sus hermosos ojos en ella.
-Ajá- murmuró ella en un tono apenas perceptible, al mismo tiempo que limpiaba sus mejillas, aunque las lágrimas seguían saliendo a borbotones por sus ojos –es lo mejor para ti.
-No hables por mí, ¿quieres?- la besó en la frente, pago la cuenta y abandonó el bar al que la había llevado para festejar su cumpleaños. Habían prometido que si algo así llegaba a suceder sería los mejores amigos; como lo habían sido antes de su relación, pero ella jamás soportó la idea de verlo solo como un amigo. Las ocasiones en que se encontraron después de ese día fueron tan pocas que seis años después, cuando llego la invitación apenas podía estar segura de que sí estaba dirigida a ella.
Desde ese día, había estado con muchos hombres, una treintena, quizá. Todos le parecían igual de vacios. Seguía esperando que él le pidiera que volvieran. Sabía que él ni siquiera habría tenido que insistir, ella hubiera dado su vida por un día más a su lado. Tal vez, fue por eso que le sorprendió tanto que él hubiera encontrado a alguien. Y… fuera a casarse.
La invitación era sencilla, se rehusó a ver el nombre de la afortunada, copio la dirección y la fecha y se deshizo del resto entre lo que figuraba una pequeña nota. Un “por favor, ven” de su puño y letra. Al principio había considerado la opción de no ir, de quemar la dirección y no volver a pensar en eso, pero le había prometido que pasará lo que pasará no lo dejaría plantado en el altar. Aunque no sería ella la de blanco que desfilaría por el camellón central…
Se levanto ese día con muy poca prisa, no le preocupaba que se iba a poner, o si el peinado le favorecía. Se maquillo con la mente puesta en aquellos días en los que nada la hacía más feliz que su ingrata sonrisa. No podía despegar su mente del inevitable encuentro, aquel que tanto ansió todos estos años. “Pero no así… “pensó.
Iba algo tarde, así que le pidió al taxista que se estacionara justo frente a la entrada. Dio los pocos pasos que la separaban de la entrada tratando de hacer el menor ruido posible y sin levantar la mirada del piso. Asustada por lo que podría ver. Cruzó el umbral, se persigno y se percato de que todos tenían la mirada sobre ella. No pudo evitar detener la corriente de sangre que le coloreo el rostro y lo busco con la desesperación propia del momento. Lo encontró ahí, donde sería obvio que estaría, sonriendo con los brazos abiertos, invitándola a seguir.”La novia ha llegado” dijo el sacerdote, se giro pensando encontrarla tras de sí, pero notó que era ella la única mujer que podría caminar por ese hermoso templo hasta llegar a los brazos del amor de su vida.

domingo, 18 de enero de 2009

Un silencio sepulcral y una plática interminable

A mi querida amiga Karla:
¡Es un agelito! Decían, pero es que nunca se fijaron en la colita con terminación puntiaguda que se asomaba, ligeramente, entre carcajada y carcajada.
Con calificaciones impecables y graduada con honores, se presenta, modestamente, ella. Ella, que siempre estuvo ahí, aunque a veces no se dejaba ver. Cual gasparín, fantasma amigable, solidario, que si un día hubiera faltado, nos hubiésemos ido a pique.
Con tanta simplicidad escondida bajo una máscara de seriedad que tendía a intimidar. Aficionada a lo virtual y a cierto rubiecillo ojiclaro, de Nunca Jamás.
Amiga incondicional, de esas difíciles de olvidar. Toda una experta en acentuar, confidente nata. Dulce y taciturna. Silente, con ese silencio que se me antoja ruidoso y comunicativo. Misteriosa, con ese misterio, que me viene en gana transparente, sin secretos, porque esos ojos, dulces, delatan su sinceridad.
Niña callada y juguetona. dos personalidades encerradas en un cuerpo delgado, alto, lechoso, fino, ágil.

Y de repente, despertó...

Había estado soñando por mucho tiempo, se le antoja medio año, o más. Había sido un bujarrón, y con un festejo morganático, se había unido a una valquiria. Fue rey y fue dios. Y estando en la cima, se cayó de la cama. Tres veces rodó por el suelo.
Mas no se despertó. Tenía el sueño pesado. Oyo gritos, vio inconformidad, se sintió incompleto y de pronto deseo más. ¿Más? ¿Más qué? Más dinero, mejor puesto, horarios más justos y un año sabático. Se vio rodeado de personas que sentían lo mismo, era un esquirol. Pero, no sabía a que hacía huelga. Él no trabajaba o por lo menos, nunca antes lo había hecho. Al parecer, se le hacía tarde pues sonó su despertador. ¿Quién lo puso? Igual se levantó, acicaló su cama, hecho a volar su lacónica mente y criticó sus sueños fuera de lugar. Pero, alto, seguía soñando.
Entonces, soñaba que soñaba. Soñaba que vivía. Vivía en sueños que soñaba. Una hermosa mujer se le acercó. Su cara irradiaba paz, llevaba un manto azul sobre la cabeza, una túnica blanca y un niño entre brazos. -La fe es el camino- le dijo- la hermenaútica no es necesaria. ¿Herme.. qué?
Se echó la almohada en la cabeza. Muchas veces lo habían acusado de narcisismo, quiero decir, sus sueños lo acusaban. Y tanto lo acusaban, que lo acosaban y entonces, le causaban tortícolis. Palabra que era pronunciada por su médico, remarcando sobremanera el acento y poniendo voz de rata.
¡Pero qué digo! Se me está haciendo tarde para decirles, que un día, después de muchos sueños, despertó.